Hoy, nuestra política es un reality show. Y vos ahí, inmóvil, participando sin saberlo.

Por: Cristian Villalta

El país atraviesa por la incapacidad crítica de los ciudadanos, aumento de la confrontación en el discurso gubernamental y el agotamiento del buen periodismo

Bueno, es cierto, cada vez son más insustanciales y por lo general los voceros de la partidocracia no sólo se toman demasiado en serio sino que exhiben una dicción deficiente, su argumentación es floja, en fin… Y, está bien, si el zapping de esas entrevistas puede terminar con «el Diablito» Ruiz hablando en tu televisor, debe ser considerado deporte de alto riesgo.

Tampoco te estoy recomendando desayunarte todos los días al diputado Martel, a Medardo, a Guillermo Gallegos citando los Evangelios.

¿A quién se le antoja cristiano hacer el nombre de Dios mientras escucha a los areneros peleándose la mortaja de su partido? También te concedo eso.

Y como somos un país cíclico, en el que no se habla de cultura ni de arte sino preferencialmente de los políticos y de quién es el maldito de la semana dependiendo de la bilis del presidente, tampoco es garantía escuchar radio en la mañana, con el díal igual de saturado de los mismos personajes. Así es que radio, tampoco, excepto las que sólo son reguetón.

Te entiendo. Es por la amarga paradoja de que hoy la discusión pública tiene más voceros pero la política es cada vez menos relevante para los ciudadanos, como si fuera un ruido de fondo en el que reparamos sólo a veces, sobre todo a la hora diaria que invertimos en las redes sociales.

Deberíamos discutir un día sí y el otro también sobre la sostenibilidad ambiental, el estado de las pensiones, sobre si la recuperación del territorio equivale sólo a su militarización. Tristemente, no hay una sola figura de nuestra política abordando estos temas. El ejemplo más fresco es del ministro de medio ambiente, quien ante los obvios efectos de la deforestación en la zona de El Espino registrados hace unos días, prefirió subirse a la ola de gossip social que manifestarse valientemente sobre las responsabilidades de los urbanizadores. Esos sí son los mismos de siempre.

Y tales son los problemas de la política salvadoreña a fines de 2019: la mitad de sus protagonistas no tiene nada que decir y la otra mitad sigue diciendo lo mismo como si acá nada fuera urgente. Por eso es que te dan tanta pereza. Uno no sabe si es que nuestros políticos, jóvenes y veteranos por igual, no conocen la agenda que te interesa, o sus financistas les prohíben hablar de ella, o simplemente es que no les importa. Quizá sería más divertido escuchar a los operadores políticos que a los propios políticos, pero esos no quieren salir ni en el Canal 10. Y de todo modo, tampoco ves ese canal.

En mi ánimo no está darte la razón, pese a todo. Este desinterés tuyo y de tantos otros en la discusión pública es peligroso; más grave todavía es que está acelerándose no sólo por desprestigio de los partidos que monopolizaron antes el ejercicio del poder, sino por incapacidad crítica de los ciudadanos, aumento de la confrontación en el discurso gubernamental y agotamiento del buen periodismo. Cuando la sociedad ha perdido todo su músculo, está a un pasito de resignar la titularidad de sus derechos y cederlos completamente al que gobierna. Y en algunos países, la gente lo hizo hasta dando las gracias Esa pereza ciudadana es un ambiente pernicioso, caldo de cultivo para cualquier abuso, porque vuelve más fácil concentrar la opinión pública en la viruta. Por eso hay más gente hablando de los hábitos de lectura del Slipt que preguntándole por los millones de dólares «para personas naturales» en su presupuesto. Por eso en lugar de preguntarle al gobierno quién controla la palanca de los homicidios, ahora nos tienen hablando de la tregua de hace ocho años.

Hoy, nuestra política es un reality show. Y vos ahí, inmóvil, participando sin saberlo.

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