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La grandeza de los salvadoreños representada en un platillo mágico de nuestra cuna y patria de las pupusas

Verónica España
Lcda. en Comunicaciones
Columnista El Norteño News

(ENN) Fue un evento que sedujo paladares. Sin planearlo, como suceden casi siempre las cosas maravillosas de la vida, asistí el fin de semana pasado al Festival de la Pupusa en Olocuilta; aunque sé que hubo actividades similares en otras zonas del país, yo fui a la que organizaron en ese municipio del departamento de La Paz.

Y es que no cabe la menor duda: El Salvador es la cuna y la patria de las pupusas; de ahí que celebran el día de la pupusa desde hace más de 10 años. En Olocuilta, al llegar al sector conocido como “Pupusodromo”, las ventas: ya sea en locales propios, temporales o ambulantes, estaban por doquier. Cientos de turistas nacionales y extranjeros caminaban disfrutando del panorama y se detenían solo un momento, para decidir a qué lugar entrarían a saborear el platillo que se estaba celebrando.

Pude comprobar, una vez más, el empuje de nuestra gente y las ganas de salir adelante de forma honrada, pues se comercializaba de todo. No solo se vendían pupusas, sino también miel pura de abeja, pan artesanal, ropa, piñatas, vinos, juguetes etc. de forma creativa y cariñosa, características de la mayoría de vendedores salvadoreños, se ofrecían los productos que tuvieron muy buena aceptación.

Ya en los establecimientos, las pupusas hacían su aparición en diferentes presentaciones y este platillo empezó a poblar las mesas. Las laboriosas salvadoreñas, llamadas popularmente “pupuseras”, tiraban la masa ya preparada en la plancha, con una precisión exacta que parece que vuelan.

Y ni hablar de la inmensa pupusa que fue elaborada por decenas de personas, el megaplatillo midió 4.50 metros de diámetro con 22 metros cuadrados, la que después fue repartida a cientos de asistentes. Los comensales, felices, no dejan de hablar de lo sabrosa que estaba la gigante pupusa, cuyos ingredientes fueron chicharrón, pollo, queso, loroco, jamón, entre otros. Y así quedó demostrado ante el mundo que la gastronomía salvadoreña es exquisita, otra magnifica característica de nuestro terruño.

No todo fue fácil. Para elaborar la inmensa pupusa, que fue la protagonista del Festival, se requiero la participación de decenas de personas, por al menos tres horas. Fue admirable el esfuerzo en equipo, pues fue una labor que se desarrolló “hombro a hombro”, haciendo un trabajo de hormiga; todos estaban muy organizados y coordinados para obtener el exquisito y gigante resultado, que es reconocido a nivel internacional por el Guinnes World Record.

No se pueden dejar de mencionar, los espectáculos en vivo, dinámicas, concursos, música; etc. El talento de muchos salvadoreños brilló, el público se divirtió a lo grande, pero más allá del entretenimiento, quedó claro que los salvadoreños deseamos la armonía y la sana convivencia.

Tampoco podemos olvidar que nuestro platillo por excelencia, las pupusas, ha sido degustado por famosos quienes han sido conquistados por su inigualable sabor. Y fuera de El Salvador, sé que se preparan, pero también he escuchado que no hay como comer pupusas en la calidez de nuestro país: ¡ese ingrediente solo se encuentra aquí!

En fin, fue un evento muy bonito el Festival de la Pupusa que dejó un buen sabor de boca, y no solo porque todos nos deleitamos con el platillo; también porque con ese tipo de actividades se fomenta el orgullo de ser salvadoreño. Además, se manifiestan valores, que a veces, por la cotidianidad dejamos de lado.

Y así, al unísono, el corazón de los salvadoreños exclama: ¡que vivan por siempre las pupusas!