El 28F: Electorado y Academia, esferas sin diálogo
Las nuevas ideas de la inteligencia no repercuten en las nuevas ideas de la política. Tal es la triste realidad que la inteligencia no admite.
(EN NEWS) —Al revisar los resultados de las elecciones, el 28 de febrero, sorprende su discrepancia con las evaluaciones intelectuales. Parece que existe una enorme diferencia de opinión entre el público votante, la academia y los medios de comunicación masiva.
Se alzan dos esferas distintas que rara vez se entrecruzan. Por un lado, se sitúa la inteligencia. Razona y opina con justo juicio. Publica breves artículos, ensayos más amplios e incluso libros académicos sustentados en una vasta bibliografía. Esta continua labor añade el rescate de archivos nacionales y de figuras históricas.
Por ello, es posible que sus argumentos sean válidos. Ante todo, cuestiona el ascenso autoritario de un régimen electo democráticamente.
En contraposición, se halla el electorado. Sería difícil reclamar un fallo en el Tribunal Supremo Electoral, en su sistema de conteo, o un fraude masivo. Tampoco existe un adoctrinamiento intenso y constante.
Sea cual fuese el criterio —positivo o negativo— la resolución es contundente. La mayoría de la prensa —crítica del régimen— se opone a las decisiones arbitrarias que califica de deriva dictatorial, ahora más peligrosa.
Este contraste exhibe un desfase insondable entre la opinión de la inteligencia y la opinión votante. El avance intelectual de las ciencias sociales —el de la historia cultural— choca con el resultado electoral del 28 de febrero. Acaso la elección calque un sesgo inconsciente de la razón científica. Quizás.
Habría dos ámbitos autónomos, se insiste desde otra perspectiva. Por un lado, ansiosas de comprensión absoluta, las ciencias sociales reclaman su derecho a estudiar la totalidad de lo social. Sin cese, la investigación representa un hecho social total o lo holístico como objetivo del análisis.
Arrogante presupone que un extenso trabajo escrito —o una columna de opinión— captura la sociedad entera. Pero, en paradoja, ese reflejo racional resulta tan íntegro que ni siquiera influye en las acciones políticas del pueblo votante.
Las nuevas ideas de la inteligencia no repercuten en las nuevas ideas de la política. Tal es la triste realidad que la inteligencia no admite. Hay un desfase entre las publicaciones —¿democráticas, incluyen teorías enemigas?— y la votación que desmiente sus argumentos. No hay diálogo ni incidencia entre ambas esferas.
Por lo contrario, hay un divorcio. Se interpone un enorme margen entre quienes poseen el acceso a la educación académica superior —sean de derecha o de izquierda— y el pueblo votante. Sin ese privilegio educativo —¿obligatorio y gratuito?— al elegir la nueva administración, el voto diluye la oposición tradicional entre ambos polos.
Las discusiones de la inteligencia jamás influirán en la votación hasta que sin soberbia admita su error. Así lo hago yo, quien casi siempre me equivoco. A menudo, las publicaciones académicas no sólo justifican exclusiones democráticas sin oponente. También carentes de un arraigado compromiso político fuera de su “University Press, en lo más mínimo participan en la decisión popular de la votación.
El 28F demuestra la convivencia de dos verdades totalitarias excluyentes: la científica y la política sin un enlace inmediato. Tal vez un nuevo activismo pudiera vincular ambos universos hacia un estímulo directo de la certeza racional al voto.
En breve, el hecho social total excluye toda posibilidad de elegir un gobierno adecuado a la objetividad estricta de las ciencias sociales. Además, a la espera de contradecirme, no suele admitir la apertura teórica disidente en su propia esfera de jerarquía académica, aislada del pueblo votante.
Rafael Lara-Martínez
Universidad del Ex-Silio
laramartinez.rafael@gmail.com
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