Violencia de género y migración según Jaraguá

«Jaraguá» (1950) de Napoleón Rodríguez Ruiz (1910-1987). En arquetipos, narra la historia de vida del campesinado de la costa salvadoreña, alrededor de la Barra de Santiago, departamento de Ahuachapán.

Rafael Lara-Martínez Universidad del Ex-Silio Terrenal laramartinez.rafael@gmail.com Desde Comala siempre

(EN NEWS) —Al establecer leyes universales, la ciencia suele desdeñar lo regional. Lo global absorbe lo local. Lo anula hasta suprimirlo por completo de su agenda. A este proyecto único se contrapone su antónimo inédito.

La localidad regional explaya vivencias particulares que anticipan el descubrimiento de lo universal. Tal es la paradoja entre lo concreto y lo abstracto. Desde mediados del siglo XX, el siguiente ejemplo enlaza la migración local a la violencia de género.

Se trata de una novela cumbre de la literatura regionalista salvadoreña: «Jaraguá» (1950) de Napoleón Rodríguez Ruiz (1910-1987). En arquetipos, narra la historia de vida del campesinado de la costa salvadoreña, alrededor de la Barra de Santiago, departamento de Ahuachapán.

El título mismo —apodo descriptivo del personaje principal, Nicasio— simboliza la experiencia universal y contemporánea de la migración. Su carácter de hierba estimula la necesidad de arraigarse para sobrevivir, pese a las dificultades. La breve cita siguiente ilustra cómo ese lugar marginal proyecta su imagen hacia lo global. Luego del bautismo de Nicasio, su futuro padre adoptivo le revela lo siguiente.

«Nicasio te puso tata cura, pero yo te viera puesto Jaraguá, porque juiste como el zacate dese nombre, quionde quiera que lo siembran nace, y nada necesita para crecer, y anque lo corten cien veces, nua dado uno la vuelta cuando ya él está creciendo otra vez. Talmente juiste vos. Onde quiera que te tiraron, ayí naciste. Y fue un milagro que te criaras».

El niño no puede llevar el nombre del padre biológico muerto. Lo asegura su madre, La Loncha, ya que al hijo lo engendra la violencia. La violencia viril define la imposibilidad de la mujer por decidir a quien ama. Su gracia singular atrae la atención morbosa de varios hombres quienes intentan seducirla a la fuerza de las armas.

A machete en mano, el peón —a pistola, el pudiente— dos hombres impiden que La Loncha decida su destino matrimonial. Las armas celosas descuartizan su amor, en el instante mismo en el cual queda en cinta de su hijo.

Previo a la guerra civil —antes de toda mara— La Loncha debe emprender la fuga migratoria en el anonimato. Hasta su padre —»huérfana de cariño»— duda de ella por ser mujer. La ausencia del Nombre-del-Padre —sin patria ni patrimonio— la hereda Jaraguá. Pese a la orfandad paterna, desarrolla las aptitudes ideales de todo campisto, hasta asumir el prestigioso papel de mayordomo.

Gracias a su respeto, en el ex-silio obtiene el ex-sito y logra que la hacienda de su patrón florezca. Jaraguá florece (Anthos) gracias a su reverencia hacia ambos lados de la jerarquía social. El propietario es el padre simbólico que colma la ausencia original; sus colegas y peones, los hermanos a quienes trata como iguales. Por una ley del don y del contra-don, al patrono le aconseja apoyar la alimentación, vivienda y salud de sus colonos; mientras al campesinado le recomienda corresponderle con su labor.

En esta utopía migratoria, la novela regionalista ofrece una metáfora agrícola de la actualidad. Para obtener un reconocimiento en su terruño, la mujer asediada —sin libertad de elección— abandona el lugar de origen. Empecinada en su amor entrañable, solitaria da a luz en la montaña según el testimonio único de «la pandilla (mara) de urracas» que lame «la sangre y el dolor» del parto.

En la hojarasca, el zacate montés (hyparrhenia rufa) de origen africano —su hijo— nace y perdura pese a la desventura del desarraigo. Con la fuerza de su raíz, se adhiere a todo suelo para sobrevivir. Se levanta del subterráneo de la muerte que lo expulsa de la patria. Reverdece, ya que su propio empeño edifica un nuevo terruño. Desde el interior de sí mismo, proyecta la equidad hacia quienes lo reconocen como ente vivo, aunque los suyos ignoren su (re)nacimiento.

Al clasificar «Jaraguá como novela regional, no hay que excluir su hipótesis global. La migración femenina e infantil deriva de la violencia de género que impone el hombre.

Lo social despliega un complejo poliedro a múltiples aristas. Al evaluar lo sociopolítico y lo económico, el género y la lucha entre varones del mismo rango ofrecen ángulos inexplorados del problema migratorio.

Sólo la ingenuidad de la historia califica de ficción temáticas que su análisis censura por tabú: la violencia contra la mujer; la metáfora africana del arraigo migratorio.

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