Atuendo de la sombra merodeando por las calles de Santa Ana
La noche es homogénea; unas veces se viste de gala y otras de seda.
Los beodos, que habitan por las laderas de los bares, zozobran alientos de aflicción, implorando sus raíces marchitas.
Pero, la dama que su lecho condena en
primavera y en inviernos agita, encubre sus fachas para eludir la vista obscena.
En turnos presumida, feroz como un lobo llorando a la estrella de siete brazos.
Modela por los desagües y alcantarillas a regazos.
He sido estrado de su ropaje: la vida, sirviente de estragos, indultos, la acompaña con el mezcal y el traje.
Va vistiendo de vagabunda con sus costuras deshechas, con las luces de sus campos que se entechan.
Mas no me dejarán mentir cuando afirmo haberla visto torcida y moribunda,
cubierta de los más finos vestidos que ensanchan su cintura: abrigos de perlas adornados
por pistolas que rugen en los callejones.
He sido testigo gritando al vapor que se fugue y, con paciencia y piedad, coqueteando sigue
sin hallar razones.