Las bellas y las bestias en el Castillo

Fue el día en que la guerra civil de El Salvador recibió su carta de defunción con el nombre de Acuerdos de Paz de Chapultepec.

Por Julio Rodríguez-Periodista, en colaboración para EN News

El guarura mexicano me tomó por la camisa y me dijo: «ya ordenaron que se vayan a sentar» a lo que contesté: «solo una entrevista más y me retiro». «¡No, o te saco con esa tu credencial chafa!» me amenazó.

Me habían descubierto y obediente me fui a la zona reservada para la prensa nacional e internacional en el Castillo de Chapultepec, México, el 16 de enero de 1992, donde el gobierno de la época y la guerrilla salvadoreña pactaron terminar la guerra civil de 12 años con la firma de los «Acuerdos de Paz de Chapultepec», después de un poco más de 20 meses de diálogo-negociación con la mediación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Y es que eso ocurrió previo a la firma de los Acuerdos de Paz, después de que habíamos burlado literalmente los controles ubicados en el camino que lleva hasta lo alto del Castillo de Chapultepec, unos minutos antes del propio jueves 16 de enero de 1992.

Resulta que muchos bajamos de una tarima, donde se situó a los medios de comunicación, a hacer entrevistas en medio de un verdadero zoológico político de la más amplia variedad de especímenes del mundo que se había sentado frente a la mesa de honor. Los periodistas podíamos acercarnos a figuras inalcanzables en otras condiciones.

La noche anterior, a los reporteros –salvadoreños y del mundo– que habíamos sido enviados a México y estábamos en la sala de prensa nos distribuyeron pegatinas de tres colores diferentes. Amarillo para la cobertura fotográfica en la recepción-almuerzo cortesía del gobierno mexicano después de la firma; una morada para la foto oficial del evento que sería frente al Castillo; y una roja que permitía el acceso a la ceremonia principal, es decir, a esa imagen histórica de las flores, los firmantes, los testigos presidenciales y cientos de personas que tuvieron que ver de una u otra forma con la guerra.

La mayoría de los periodistas salvadoreños no teníamos esa pegatina roja que se colocaba a un lado de la credencial, y por consiguiente nos perderíamos uno de los hechos más importantes, si no el único, de la historia reciente de El Salvador.

Recuerdo que el fotoperiodista Edgar Romero nos advirtió –a horas de que empezara el evento– sobre ese descuido o a saber qué mala intención de las autoridades mexicanas o salvadoreñas.

Entonces salió a bailar el salvadoreño «hacelotodo». Surgió la idea de que entre pegatina y pegatina siempre sobraba una pequeña vena separadora, tomamos tres de las mismas y formábamos una gruesa, que casi engañaba a «vista de pájaro», pero el guarura que me tomó de la camisa se fijó y casi hace que me pierda uno de los eventos más importantes de El Salvador ocurrido en el siglo pasado, a mí, un joven reportero de 24 años de edad.

Han pasado 30 años de ese día, el más recordado y el más olvidado de los salvadoreños, porque vivimos en un país que parece no tener memoria histórica. Fue el día en que la guerra civil de El Salvador recibió su carta de defunción con el nombre de Acuerdos de Paz de Chapultepec.

Tres décadas después algunas conclusiones espirituales y de vida toman por asalto mi mente. Pese a mi corta experiencia profesional, veo a la distancia (y por eso muchos políticos me son indiferentes) qué efímero es el poder y qué grande la vanidad del hombre cuando lo ostenta. Por sus obras los conocerán dice Jesús, el carpintero de Nazareth. Tiempo después algunos de los distinguidos testigos presidenciales están enfermos, perseguidos, encarcelados y muertos.

Pero también, tres décadas después, me doy cuenta de que en ese zoológico político era imposible distinguir la cantidad de animales salvajes, devoradores y engañadores que estaban vestidos de finos trajes y costosas corbatas, lobos vestidos de ovejas dice la Palabra.

Pero hay algo que no se puede negar y es que los más de 100 mil desaparecidos y fallecidos que se cobró la guerra fueron niños, mujeres y hombres que defendieron sus ideales desde sus propias creencias de justicia y libertad, fuesen de la pobreza más extrema hasta los ricos más conscientes de su riqueza o su amor por el dinero. Entre ellos también los que nunca estuvieron de lado de ningún bando.

O los cientos de refugiados, desplazados y exiliados que lo perdieron todo o fueron a llorar el himno nacional fuera de su patria desangrada por el sinsentido y el hambre de poder de unos pocos, que con los años sacaron las garras de la ambición.

Pero también en el Castillo estaban los más nobles seres humanos que lucharon por ideales de justicia y respeto a la dignidad humana, y estoy seguro de que 30 años después siguen soñando con un hombre nuevo y mantienen su lucha.

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