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EL PUENTE

¿Por casualidad algunas vez haz estado en la mitad de un puente pensando en que no nos sale una? Quizá te interese esta reflexión que Dios me ha regalado para nosotros dos.

Por Julio Rodríguez / Periodista, en colaboración para EN News

Él estaba parado justo sobre el puente que divide dos ciudades, estaba decidido a saltar. Su mirada se perdía en el horizonte del río contaminado y hediondo. Ese riachuelo ya no te tenía vida y Arturo quería morir allí.

Cuando sus ojos veían hacia abajo no sabía si moriría del golpe o ahogado en la poca agua envenenada que esa corriente llevaba de prisa hacia el mar. Parecía que Arturo iba a terminar con su solitaria y, según él, inútil vida. Tan solo tenía diecisiete años de edad y estaba solo en la ciudad capital.

De niño hasta unos meses después de cumplir los 17 años, había sido feliz. Cantaba, actuaba, juguetón, bromista y emprendedor.

En el parque de su pueblo lustraba zapatos para sus gastos infantiles, sus hermanas hacían dulces que el vendía, en fin, su infancia fue extraordinariamente tranquila. Su madre una maestra de escuela y su padre, un funcionario municipal, se encargaron que la pasara bien, él y sus hermanos.

Su padre falleció, y la viuda decidió comprometerse de nuevo. Arturo y sus hermanos no volvieron a vivir de la misma forma en ese hogar que, en medio de las necesidades normales de una familia grande suelen ocurrir y se le sumó el maltrato a todos y todas que infligía el intruso que su madre había escogido de compañero.

Tras una defensa de su madre ante el maltrato de padrastro, ya con los 17 cumplidos Arturo intervino y él ex militar le disparó dos veces, milagrosamente no acertó a matar al joven.

Volvió a escondidas, recogió algo de ropa, se vino a la ciudad, no conocía a nadie, vivía donde le sorprendía la noche y la depresión de ese día fue tan grande que había decidido quitarse la vida. Y como en los milagros, una muchacha le dijo que no lo hiciera.

El milagro apenas comenzaba. Dios se toma de cosas extrañas para amar su plan. Esa muchacha le ofreció trabajo de vigilante en un prostíbulo, allí conoció un asiático que lo llevó a una maquila, donde conectaría con otro que conoció a su padre y lo propuso en una empresa grande y luego terminó siendo bodeguero en otra.

En la bodega de esa compañía había unos instrumentos de música que no se usaban y también hizo amistad con una señora que le vendía productos de limpieza. Con los instrumentos armó una orquesta y la señora vendedora se convirtió en su suegra.

Luego vinieron días de vino y rosas. Su joven esposa de 24 años es profesora, cuando se fueron vivir juntos ella le tuvo que perdonar que a última hora le dijo que era soltero con tres preciosas niñas que se las había dejado su expareja y los dos de ellos, sumaban 5 bocas por alimentar.

La orquesta de la empresa lo llevó a convertirse en artista de varios grupos musicales. Aunque tomaba y drogaba de cuando en vez, siempre trató de responder a la casa, donde por tiempos la alacena escaseaba.

Llegó a vender ropa, hacer trámites aduanales, vendió un par de propiedades que había logrado para mantener el estudio de la manita de hijos y, en fin, Arturo confió siempre en que había un plan para él, diseñado en el cielo. Solo era cuestión de aguantar y tomar buenas decisiones.

Arturo, ahora tienes 68 años, se para todos los días a vender pan en una transitada calle de obreros de fábricas. Bromea y les da un par de consejos a jóvenes que se detienen a platicar. De vez en cuando les canta y luego recoge a su amada que aun da clases. Está en paz consigo mismo y los demás.

Arturo conversa conmigo esta tarde de sábado y me cuenta todo lo que se hubiese perdido si hubiera saltado aquel día del puente. Lo primero que muestra son sus capacidades musicales con su karaoke personal y extrañamente comienza “no tengo dinero, ni nada que dar, lo único que tengo es amor para dar”.

Pasadas unas horas llega la psicóloga y el comunicador dos de sus 4 hijos (la mayor falleció), varios nietos y la cosa está poniendo buena, me retiro pues la familia se prepara para una entrevista que le harán para la televisión. Arturo glorificará a Dios con su vida.

Me voy reflexionando. Casi cincuenta y un años después, debajo del puente el rio sigue muerto en vida pues continúa corriendo al mar con agua envenenada y si este hombre hubiera saltado, Dios no hubiera tenido la oportunidad de realizar un maravilloso plan, como el que lleva adelante conmigo y contigo que llegaste hasta aquí leyendo.

Pese a que alguna vez hayamos querido estar parados a la mitad de un puente porque las cosas van mal, si dejas actuar al Maestro de Galilea podremos aprender a caminar por el puente de la vida, que es mejor que saltarlo.