Alcides Rodríguez, el herrero ícono en el Valle de Jiboa, San Vicente
Periodista: Iván Manzano
para EN News
Muchos salvadoreños como don Alcides Rodríguez saben que “Al que madruga, Dios le ayuda”. Pero pocos buscan ese beneficio divino por entregarse a Morfeo, el Dios griego de los sueños.
Don Alcides aprendió la herrería de su padre hace más de 40 años, pero el oficio de herrero es ancestral. Tan antiguo como la biblia.
Aparece en Génesis 4:22 – “Y Zila a su vez dio a luz a Tubal-caín, forjador de todo utensilio de bronce y de hierro”; y en Isaías 54:16 – “Mira, yo he creado al herrero que aviva el fuego en las brasas y hace armas para diversos usos, y también he creado al destructor para destruir”.
En pleno siglo XXI, este salvadoreño de brazo fuerte, soporta temperaturas de más de 400 grados centígrados emanadas de una pequeña pero chispeante fragua.
Forja el hierro para crear herramientas propias del trabajo campesino como cumas, machetes, azadones, picos y puntas de hierro para sembrar semillas, entre otros.
“El hierro es fuerte, pero el fuego ablanda todo”, dice don Alcides en el patio de su casa ubicada a la orilla de una calle en San Cayetano Istepeque, departamento de San Vicente. En el corazón del panorámico Valle de Jiboa.
Don Alcides es muy solicitado por quienes trabajan en la campiña y proveen alimentos a la población. Hombres y mujeres también forjados como el hierro, a golpe de sol, lluvia y sudor.
“Los domingos voy cerca del parque en la ciudad de San Vicente y ahí me compran las cumas por docenas. Casi siempre ya tengo los pedidos hechos”, apunta don Alcides.
La faena es ardua si los pedidos ya están comprometidos. Hay algunos que los llevan a sus comunidades y revenden los productos ya que son muy solicitados. En un día de trabajo, don Alcides puede producir de forma artesanal hasta 3 docenas de cumas.
“Me levanto a las tres de la mañana; a las siete, desayuno con mis hijos; a las 8 ya estamos de nuevo dándole al yunque”, dice son Alcides.
El herrero calienta el carbón con ayuda de un aparato llamado fuelle que alimenta con aire una especie de cámara de combustión llamada fragua, hasta que la negra materia orgánica, se pone colorada. Entonces introduce al fogón, la pieza de hierro a moldear.
Cuando el metal esta al rojo vivo, lo saca del fuego y rápidamente lo coloca sobre un yunque, donde lo golpea con un martillo pesado para dar forma a la pieza deseada.
La tarea es más efectiva cuando son dos las personas las que coordinan los golpes, en una rítmica danza de azotes de metal. El hijo de don Alcides es su pareja para realizar dicha hazaña.Un buen machete debe quedar recto en el lomo, con buena cacha y con su hoja filosa.
Don Alcides asegura que los trabajadores del campo prefieren sus cumas a las hechas en las grandes fábricas. Muchas veces, le toca remendar la falta de calidad de esos productos industriales hechos en fraguas eléctricas, “Ya me han traído cumas que se quiebran y las vuelvo a templar y a renovar”, asegura.
El herrero del Valle de Jiboa recibió de su padre una herencia inconmensurable, un oficio honrado y creativo que le da sustento a su familia.
Por eso quiere que sus hijos mantengan y enseñen a sus nietos este legado familiar. Y poder así, seguir haciendo honor a la hermosa frase de la Oración a la Bandera Salvadoreña: “En tus campos ondulan doradas espigas, en tus talleres vibran los motores, chisporrotean los yunques, surgen las bellezas del arte”.
Justamente don Alcides con su oficio de herrero es fiel a este legado poético de nuestra Oración a la Bandera Nacional de El Salvador.
Iván Manzano