EL JUEGO DEL CALAMAR
Cruel, sangrienta y despiadada son tres de los adjetivos con que se puede etiquetar a El juego del calamar.
Se trata de la serie surcoreana que está siendo sensación en Netflix, donde sus nueve capítulos han sido vistos por más de 111 millones de personas, lo que la convierte en la serie más vista en la historia de la plataforma.
Lo curioso es que si bien es una producción pensada para mayores ha sido muy popular entre los niños y adolescentes.
El argumento es sencillo: involucra a una serie de personas con serios problemas económicos -la mayoría acuciados por las deudas- que deciden participar en una competición donde el sobreviviente se lleva una enorme cantidad de dinero.
La consigna de la competencia es ir eliminando contrincantes a través de juegos tradicionales de niños en Corea del Sur adaptados a una versión letal: el que gana avanza a la siguiente fase, el que pierde es ejecutado sin piedad.
Si la temática ya es disruptiva para los niños, lo es aún más lo explícito de las escenas.
Por supuesto que es nociva para cualquiera impresionable, y mucho más para los niños, pues la viven con gran intensidad, inmadurez y con una idea de falsos ídolos o modelos a seguir.
Nadie menor de 16 años debería verla y esa es la restricción que anuncian en Netflix.
Hay que recordar que a partir de los 14 años aparecen las enfermedades mentales en los prepúberes con predisposición, o sea que puede ser un detonante de enfermedad mental.
No es casualidad de que en Bélgica, Reino Unido y España algunos colegios hayan dado la voz de alarma y recomiendan a los padres que no se la dejen ver a sus hijos porque se ha comenzado a detectar que los pequeños están empezando a imitar algunos de sus juegos en el recreo y a los perdedores se los trata con violencia.
También ha abierto otro debate: si acceden a ver la serie es porque sus familias no controlan el acceso de sus hijos a la plataforma de Netflix, basta un celular inteligente y algo de privacidad para romper ese cerco.
Lo que ha causado impacto es la crudeza de las imágenes, ya que los surcoreanos no tienen otra forma de sacar sus demonios que en series como esta. Cualquier otro de ellos que siente que tiene problemas, para no perder el status quo de silencio, rectitud, van y se suicidan en vez de hablar y pedir ayuda.
Ellos guardan todo para sí y se avergüenzan de tener problemas y más de ir adonde alguien a hablar de los mismos. Precisamente eso es lo que plantea la serie, entrar al Juego del Calamar sin que nadie se entere y regresar con los millones del premio que les redime ante la sociedad.
Increíblemente hay una explicación por la cual a los niños les llama la atención series como la surcoreana: están en formación y todo lo truculento les despierta interés como una forma de prueba. Probar todo y cuanto más raro, obtuso y/o retorcido, mejor. Eso los hace sentir poderosos y con capacidad de aguante, como si se tratase de un viaje en la montaña rusa.
Mas allá de algún consejo que puedan recibir en los colegios, la responsabilidad de intervenir en esto le corresponde a los padres, que tienen que hacerle ver lo nocivo y el daño que eso puede generar.
Explicarles que va más allá de la vida de fantasía y se puede volver real si lo ejercemos convirtiendose en algo tan grande como una desgracia. Y lejos de lanzar una campaña mediática para evitar que los niños jueguen ese tipo de juegos, lo que en breve seguramente veremos será el lanzamiento de todo el merchandising de la serie: muñecos, juegos de cartas o prendas con penitencias… Lo morboso vende y eso interesa a los fabricantes, caiga quien caiga.
Por eso es fundamental que los padres y maestros “agarren al toro por los cuernos”. Incluso, si ya son adolescentes, hasta ver la serie con sus hijos o alumnos e ir matizando esa fantasía grotesca con la realidad…
Es que si cerramos los ojos y queremos acallar lo inevitable, solamente crearemos más interés y más morbo. Al final, de alguna forma o de otra, la verán sin nadie adulto que les explique sus más y sus menos, y eso es mucho más grave.