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Esperanza de la Navidad

La noticia del ángel a los pastores de Belén hace 2,000 años sigue vigente hoy en día: “No temáis, porque he aquí, os traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:10-11)

Jaime Ernesto Siman
Investigador
Columnista de El Norteño News

Miqueas profetizó que en la aldea de Belén nacería uno cuyas salidas son desde los días de la eternidad (Miqueas 5:2-4). El ángel que en sueños se apareció a José, para decirle que la criatura en el vientre de María había sido concebida por el Espíritu Santo, le instruyó que le pusiera por nombre Jesús, porque salvaría a su pueblo de sus pecados (Mateo 1:18-25).

El apóstol Juan escribió en su primera carta que, Aquel que sus ojos habían contemplado, y sus manos palpado, era nadie menos que la Vida Eterna, quien existía desde la eternidad con el Padre, y se había manifestado al mundo (I Juan 1:1-4).

El discípulo amado escribió en su evangelio que el Verbo, la Palabra Viva, es el creador de todo, quien existe desde el principio, y estaba con Dios y era Dios; y se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan 1:1-14). ¿Con qué propósito vino? ¿para darnos un buen ejemplo? ¿para sanar enfermos? ¿para predicar la palabra de Dios? Todo eso y más: Revelarnos al Padre e ir a la cruz, muriendo en pago por nuestros pecados; resucitando por nosotros para darnos vida eterna. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16)

Jesús, cuyo nombre en hebreo significa “Jehová es Salvación”, vino con ese propósito: salvarnos de nuestros pecados, y del infierno, y darnos vida eterna. Su nombre declara su misión. Bien exclamó Juan el bautista al verlo a orillas del río Jordán: “He ahí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29)

Meses después del nacimiento de Jesús, hombres sabios, habiendo visto su estrella en oriente, emprendieron largo viaje con regalos de oro, incienso y mirra. Salieron camino a la tierra de Israel para honrar y adorar al enviado del cielo, al Rey que había nacido. (Mateo 2:1-12). Oro, regalo digno de un rey. Incienso, presagio de su ministerio como Sumo Sacerdote, para interceder ante Dios en favor de los pecadores. Mirra, usada para embalsamar, presagio de su muerte futura por la humanidad. Estaba escrito, ¡era el plan de Dios!

Tal vez usted celebra la navidad, pero ¿entiende y reconoce la misión de Jesús, y la esperanza que trae a su vida? Tal vez usted dice: yo soy malo, no tengo esperanza. Amigo, Jesús vino por los malos, no por los buenos. Al joven rico, que se creía bueno, Jesús le declaró que sólo Dios es bueno. A través del profeta, Dios declaró que nuestras obras no le impresionan, son peores que trapos de inmundicia (Isaías 64:6). Pero, nos ha nacido un Salvador cuyo sacrificio en la cruz, en favor de los pecadores, es aceptable a Dios.

A los judíos que le preguntaron qué obra requería Dios de nosotros, Jesús les respondió: “Que creamos en el que el Padre ha enviado” (Juan 6:29). Creer implica recibirlo como Señor de nuestra vida; y con la ayuda del Espíritu Santo entender y obedecer su palabra. Su sacrificio en la cruz es pago suficiente, una vez para siempre, por todas nuestras maldades. Nuestra obediencia es muestra de nuestra fe en Él, y entrega a Él. Bien dijo el Buen Pastor: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen; y yo les doy vida eterna y jamás perecerán, y nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10;27-28)

Si no lo ha hecho, en estas fechas le invito a que, con entendimiento y fe, reciba a Jesús y celebre la Navidad en espíritu y verdad. ¿Adónde recibirlo? Ahí donde está, en este momento. Jesús no habita en edificios, sino en los corazones que lo reciben (Apocalipsis 3:20, Juan 1:12-13). El Buen Pastor no lo rechazará. Sus palabras lo aseguran: “al que viene a mí, de ningún modo lo echaré fuera… esta es la voluntad de mi Padre: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en Él, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final” (Juan 6:37-40).

¡Feliz Navidad!

Jaime Simán, siervo de Jesús