“Si me matan, resucitaré en el pueblo”: Monseñor Óscar Arnulfo Romero
(EN NEWS) – Monseñor Óscar Arnulfo Romero fue una figura profética y liberadora, su dimensión política subversiva y su teología de la liberación fue hecha realidad a nivel personal, eclesial y social.
Monseñor Romero cuestionó el avance del nuevo fenómeno político y religioso del cristoneofascismo, que consiste en la alianza entre la extrema derecha política, económica y social y organizaciones integristas dentro de la Iglesia católica.
Por eso en esta fecha del 24 de marzo, cuando se cumplen 43 años de su martirio, es necesario hacer memoria histórica de la figura de Monseñor Óscar Arnulfo Romero como modelo y referente de un cristianismo liberador y de una ciudadanía crítica, activa y participativa.
Romero sigue siendo faro y antorcha que ilumina la oscuridad del presente y transmite esperanza para la construcción de la utopía de “Otro Mundo Posible”.
Romero es el símbolo luminoso de un cristianismo liberador en el horizonte de la teología de la liberación que asumió la opción ética-evangélica por las personas y los colectivos empobrecidos del país, frente a las tendencias alienantes y neoconservadoras.
El pueblo salvadoreño lo recuerda.
Puso en práctica, la afirmación de Paulo Freire: “No podemos aceptar la neutralidad de las iglesias ante la historia” y ejemplificó con su vida y su muerte martirial el ideal del poeta cubano José Martí: “Con los pobres de la tierra mi suerte yo quiero echar”.
Romero fomentó a través de sus homilías, cartas pastorales, y mensajes por radio YSAX, el ejercicio de una ciudadanía crítica, activa y participativa. Reconocía la existencia de una conciencia crítica que iba formándose en el cristianismo salvadoreño, un cristianismo consciente.
Monseñor Romero defendía la necesidad de “ser forjadores de nuestra propia historia”, no permitiendo que sean otros quienes desde fuera impongan el destino a seguir.
Romero predicando la justicia y la paz.
Romero sostenía que la Iglesia tiene que implicarse en la ciudadanía activa: “En la medida en que seamos Iglesia, es decir, cristianos verdaderos, encarnadores de Evangelio, seremos el ciudadano oportuno, el salvadoreño que se necesita en esta hora”, señaló en su Homilía el 17 de enero de 1979.
Monseñor Romero fue una persona espiritual, un místico, pero sin caer en el espiritualismo alejado de la realidad. Fue una persona profundamente piadosa, pero no con una piedad alienante ajena a los conflictos sociales.
Fue un pastor, pero de los que huelen a oveja, como pide el papa Francisco a los sacerdotes y obispos. Vivió la devoción a María, pero no la María sumisa, sino la María de Nazaret que declaró destronados a los poderosos y empoderados a los humildes, despojando de sus bienes a los ricos para sacia a los pobres.
Monseñor Romero fue un referente en la lucha por la justicia para creyentes de las diferentes religiones y no creyentes de las distintas ideologías. Igualmente lo fue para los políticos por su nueva manera de entender la relación crítica y dialéctica entre poder y ciudadanía, así como para los dirigentes religiosos por la necesaria articulación entre espiritualidad y opción por los pobres.
Grabando sus homilías.
La democracia hoy está enferma, gravemente herida, y, si no sabemos defenderla, es posible que esté herida de muerte, indicó Romero.
Romero señalaba que la democracia se encontraba sometida al asedio del mercado y acorralada por múltiples sistemas de dominación, que son más fuertes que ella y amenazan con derribarla.
Fue por eso que su pensamiento, plasmado en las homilías dominicales golpeaba la verdad y el actuar de la oligarquía salvadoreña que creyó que asesinándolo se terminaría con este mensaje liberador, pero se equivocaron.
La mejor expresión de la utopía de Romero fue la respuesta que dio a un periodista, unos días antes de ser asesinado: “Si me matan, resucitaré en el pueblo”. No estaba hablando del dogma de la resurrección de los muertos, ni de la vida eterna, sino de la nueva vida del pueblo salvadoreño liberado de la violencia, la injusticia y la pobreza. Su resurrección era la resurrección del pueblo.