Era inevitable que las últimas víctimas de la posguerra fuesen ARENA y el FMLN

Por: Cristian Villalta, columnista El Norteño News

(ENN)-Su papel de víctimas no tiene que ver con que perdieran algunas elecciones; tampoco con las variaciones de su peso en la aritmética legislativa.

En 2019, los partidos que gobernaron El Salvador por tres décadas son víctimas porque su influencia en la agenda de discusión nacional es imperceptible.

Si el ejercicio político no se convierte en discurso, si ese discurso no permea hacia la sociedad, si no se conversa en el comedor de los ciudadanos, entonces la política es oficio pero no poder.

Quizá cuando hayan muerto una nueva generación hable bien de ambos partidos, reconozca que no sólo lideraron la guerra sino también la paz, que fueron a mediados de los 90’s los únicos polos posibles alrededor de los cuales recrear una nueva nación. Pero ahora, mientras pujan en la UCI por sobrevivir a este decenio, les pasa como a Cronos: no merecen ni nuestras pesadillas.

Según la mitología griega, Cronos no era buena compañía, ni por su apetito ni por su conciencia. También conocido como Saturno, el titán ocupó el máximo sitial entre los dioses sólo después de castrar a su padre, Urano.

Para no correr la misma suerte, Cronos decidió devorar a todos sus hijos. Tras comerse a cinco de ellos, su hermana y mujer Rea ocultó a su sexto retoño en una cueva, criado por una cabra. El cuento, ominoso, concluye con otra venganza por supuesto. Zeus, el hijo sobreviviente, mata a su padre no sin antes obligarlo a vomitar a sus hermanos.

El pasado comiéndose al futuro. Horroroso, ¿no? La última traición, el máximo egoísmo.

Pues eso: que para muchos, ni Alianza Republicana Nacionalista ni el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, fueron un motor de cambio de nuestro país en este siglo, sino incluso el principal músculo contra la movilidad social, lo cual en el caso del FMLN es una paradoja desgraciada. A eso agreguemos que en las coyunturas decisivas, una y otra vez se comieron a sus mejores hijos en lugar de empacharse con los peores.

Eso ocurrió porque no renovaron exitosamente sus cuadros, acostumbrados a conjurar hasta los más tibios intentos de reforma y porque les fue imposible salir ilesos de la conquista del poder.

De entre los reformistas que fallaron queriendo conmover a las cúpulas efemelenista o arenera podríamos conformar un listado espectacular; algunos se conformaban con cambiarle siquiera una estrofa al himno del partido; devolver la administración y agenda partidaria a los ciudadanos fue el objetivo más pertinaz de otros.

De otros, no; de uno, el doctor Héctor Silva, a quien los demócratas bien nacidos deben dedicar siempre un pensamiento.

Decía el doctor que un partido político, sin importar si su cúpula es brillante o tozuda, vive mientras sirve a la idea originaria. «Y si la idea es la gente, no hay manera de perderte.»

El Frente y Alianza Republicana resumen la tensión social de nuestro país incluso hoy, dos visiones contradictorias sobre la naturaleza y deberes del Estado y del poder, auténticas en sus primeros años en la medida que conectaban con cientos de miles de compatriotas.

Muchos salvadoreños votaron por Gana -el caballo de Troya- hace unos meses pero continúan identificándose o como conservadores en el sentido más profundo del término o como liberales a-la izquierda. Algunas de las causas en las que creen no tienen hoy mismo quien las defienda y no las tendrán.

Por eso mismo, sobre todo ahora que Arena y el Frente son juguetes rotos, sus verdaderos valedores deben repensar si la idea original aún es válida. Y si son hombres y mujeres de principios, entenderán que quizá el mejor modo de honrar el propósito es renunciar al vehículo, perseverar con uno nuevo y hacer de una vez política para adultos.

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