*¡Un clásico para recordar!*

Adrenalina pura, pasión, nervios, alegría, desilusión y hasta lágrimas; fue lo que se vivió en el clásico donde los dos equipos más famosos del mundo, del que es considerado el deporte rey: el fútbol, se enfrentaron. Los dos lucharon por una estrella, por brillar, por obtener el triunfo. El Barcelona y el Real Madrid jugaron como lo que son: ¡dos grandes!

Aunque el encuentro del pasado domingo se desarrolló en el estadio Santiago Bernabéu de Madrid, a kilómetros de distancia, en El Salvador, los aficionados vivían este partido como que estaban en el lugar de los hechos, en España. Tenían el camino libre para transportarse a través de la magia del fútbol y percibir las emociones a flor de piel.

Contando un poco sobre mi experiencia personal: por ser el primer clásico que yo veía en su totalidad (pues antes solo había observado “cortos” de los goles en las noticias), yo estaba asombrada con todo lo que sucedía a mi alrededor.

Vi hombres llorar como chiquillos al identificarse a plenitud con su deporte favorito, vibrar de emoción con cada gol, se les erizaba la piel cada vez que la pelota acarició la portería y caprichosamente no entró. Me encantó todo lo que observé y considero que no tiene nada de incorrecto sacar a flote el “yo niño” que todos llevamos en nuestro interior, el que nos permite disfrutar, reírnos, olvidarnos un poco del estrés diario. La energía de los aficionados era desbordante y contagiosa, el amor y pasión por el fútbol alcanzaron su máxima expresión.

Seguidores de todas las edades portaban orgullosos las camisetas, ya sea del Barcelona o Real Madrid. Me lleno de satisfacción presenciar  encuentros de amigos que se abrazaban calurosamente aunque portaban atuendos diferentes: uno del Barza y otro del Madrid. Y en este sentido, ganó la amistad, la sana convivencia, la unión familiar.

Los más de 90 minutos de juego estuvieron plagados de acciones que mostraron lo mejor de cada futbolista, y aquí enfatizo que siempre necesitamos figuras a quienes seguir y admirar; sin perder nuestra esencia. Las opiniones que escuchaba, de lo que hacían o no hacían en el encuentro, me permitían conocer más de este maravilloso deporte que mueve al mundo, a millones de aficionados de diferentes nacionalidades.

Al final, como en todo, tuvo que haber un ganador  y el mundo entero lo sabe ya: 2 a 0 a favor del Real Madrid. Los madridistas explotaron en emociones, el corazón de todos los seguidores de este equipo saltó al unísono de satisfacción, de alegría. Su sueño se hacía realidad, y su equipo llegaba a la cima del éxito, después de mucho esfuerzo y sinsabores pasados. Todo lo malo, todo lo triste se disipó: dos goles bastaron para vencer.

Después del partido, solo había comentarios de lo que pudo haberse hecho mejor, de las fallas, de los aciertos. Pero algo todavía más importante fue ver que muchos Barcelonistas se acercaron a los del Real Madrid a darles un caluroso abrazo o un apretón de manos de felicitación. Que gran gesto de amabilidad, de cortesía, de querer mantener una armonía colectiva. Y como decía hace poco una publicación que vi en el Facebook: “cuando yo me alegro de lo bueno que le pasa a los demás, entendí todo en la vida”. Los salvadoreños también damos buenas lecciones.

Siempre se aprende, y en mi caso también aprendí que los salvadoreños ansiamos este tipo de eventos por la alegría, satisfacción y paz que nos traen.

Y más allá de eso: disfrutar, compartir con nuestros seres amados no tiene precio. Aunque nuestro equipo gane o pierda, nosotros sumaremos una experiencia más, que al recordarla siempre reiniciará nuestro corazón, por los sentimientos y emociones que se mezclaron e hicieron un gol perfecto en nuestro ser.

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