A las puertas de medio siglo del servicio misionero

Por Aracely Olaizola; Periodista Institucional y Publirrelacionista

(EN NEWS) –La Primera Comisión Misionera de Dominicas de la Anunciata, integrada por las Hermanas Concepción Meléndez, Vicky y Clarita Henríquez, fue recibida, por Don Juan Huezo y otros feligreses, que las esperaban y dieron la bienvenida en la entrada principal de la pequeña Iglesia católica del pueblo de Chiltiupán a inicios del año 1972.

Con el saludo: “Bienvenidas Hermanas a nuestro pueblo, San Marcos Evangelista y Santo Domingo de Guzmán, las han enviado con nosotros”. La emoción de las Hermanas fue espontánea exclamando Hna. Concepción: “No puede ser…Santo Domingo nos ha traído. Nosotras somos Dominicas”. “No sabíamos que él es uno de los Patronos del pueblo”.

Así las Dominicas de la Anunciata, sembraron desde ese año, la semilla evangelizadora. Misión que está próxima a cumplir medio siglo de su llegada.

El trío de Hermanas, una vez instaladas en el convento, indagaron las necesidades del pueblo y consultaron a don Juan Huezo, a don Gregorio Díaz y otros servidores de la Iglesia, que en ese tiempo eran los más allegados y fieles colaboradores.

Con el panorama de las necesidades del pueblo, las Hermanas programaron un recorrido por los dos barrios de la localidad y caceríos cercanos, con el objetivo de saludar y presentarse en cada familia. En esa salida, se dieron cuenta que había muchos enfermos, tomando especial atención por su edad y carisma a doña Paula Moreno, una ancianita que vivía en uno de los viejos mesones del Barrio San Marcos.

Ese acercamiento y empatía que las caracterizó, lograron ganarse el cariño, respeto y admiración del pueblo, especialmente Hna. Concepción, que la identificaron como la más “chachalaca” de las tres. Es decir, una persona con “Don de Gente”, con quien se podía abordar o platicar de cualquier tema para entablar una amena conversación.

Cada Hermana desde sus carismas y dones los pusieron al servicio de los lugareños, entre ellos: la tarea de enseñar manualidades (tejer, bordar, corte y confección).

Así también la alfabetización de adultos, la elaboración de diferentes comidas y cursos de panadería. En la parte espiritual, Madre Concepcón incentivó a otras personas a visitar y asistir enfermos, a la enseñanza, práctica y devoción al rezo del Rosario todos los días, cabe resaltar que en esos años, no se sabía rezar el Rosario y solo eran algunas personas que se dedicaban a rezar novenarios del santoral o difuntos.

Por ello, se preocupó para que niños, jóvenes y adultos aprendieran a rezar, llevando la devoción de la Fiesta de la Virgen del Rosario, cada 7 de octubre.

Ellas invitaron a niños y jóvenes a congregarse para enseñarles el catecismo y prepararlos para la Primera Comunión, que desde el año 1972, se celebraron cada 8 de diciembre en la Fiesta de la Inmaculada Concepción, devoción que Madre Concepcón llevaba en su sangre, por su origen nicaragüense, y que inspiró con su frase: ¿Quién causa tanta alegría? La Concepción de María.

A Hna. Concepción, líder del grupo, también se le recuerda por brindar el servicio de aplicar inyecciones. Algunas personas compraban vitamina B-12, complejo B e hígado crudo, una combinación vitamínica que al mezclar dos de ellas daba como resultado 10 dosis.

Estas vitaminas fueron famosas y recetadas por el personal de la Unidad de Salud, pero que en ocasiones los lugareños, tenían la dificultad para ponérselas. Así Hna. Concepción, ofreció ese servicio, corriéndose la voz rápidamente en el pueblo y caseríos cercanos que “Madre Conchita”, tenía mano suave, al cabo de algunos días, eran filas de personas, que esperaban inyectarse.

Toda Dominica de la Anunciata, cumplen el lema: El anuncio del Evangelio a través de la Educación, como lo enseñaba San Francisco Coll, su fundador que decía: “Una luz enciende otra luz.”. Las Hermanas descubrieron que en el pueblo un grupo de adultos no sabían leer ni escribir. Una tarde pasaron invitando a las personas que estuviesen interesadas en aprender a leer y escrbir, anunciando que pronto se abriría una escuela nocturna.

Así encendieron en el pueblo un nuevo fuego para encender otros fuegos, logrando cambiar la vida y costumbres de hombres y mujeres chiltiupanecos.
Y en efecto, en un salón del convento instalaron una sala de clases, donde los alumnos asistían a clases luego de salir de sus faenas diariarias.

Una vez aprendieron a leer y a escribir, paralelamente a su estudio, los catequizaron enseñando a manejar y a leer la biblia.

Hna. Concepcón, también ofreció en la Escuela Juan Díaz, enseñar el catecismo y a veces a sustituir a maestros que por algún motivo faltaban, su fuerte era matemática y ciencias naturales. Y entre sus técnicas para aprender a sumar, recomendaba las sumas y restas mentales. Y una fuente ideal eran las placas de los vehículos:

Recomendaba sumen número por número o en pares de manera rápida.

Su metodología pedagógica era peculiar y todo el salón de clases, maravillado de sus enseñanzas. Por supuesto, como en todo grupo de alumnos, siempre hay uno que otro juguetón e inquieto, sin embargo, ella mantenía la disciplina y autoridad.

A ellas se acercaron un grupo de niñas que les manifestaron el interés de aprender a tejer, cocer y bordar. Así Hna. Clarita y Hna. Lucía Rivas, que ya para ese entonces se había inocorpordo a la Misión, decidierón formar un grupo en el pueblo y otro en el caserío El Coco.

Ambos grupos, demostraron habilidades y destrezas. Demostrando en la elaboraron de muestrarios de todo lo aprendido, una vez dearrollado ese aprendizaje, pasaron a tejer y luego a corte y confección.

De acuerdo al testiminorio de Felicidad Salinas, una chiltiupaneca, que hoy reside en un pueblo de Sonsonate, fue una alumna que aventajada en sus habilidades manuales, recuerda con nostalgia esos años de cercanía y entre suspiros comenta: “Que conserva muestrarios, que guardan los elogios de Hna. Clarita y comparte que aún utiliza una aguja de tejer que recibió de ella como regalo por su pasión y empeño.

Otro testimonio que comparte es que del grupo de niñas que asistieron a las manualidades, hoy convertidas en talentosas madres de familia, comparte que las Hermanas siempre trataban de estimular el aprendizaje y que también les prepararon para la Primera Comunión.

Ese grupos de niñas provinientes de hogares humildes, carecían de medios económicos y como premio a su dedicación y perseverancia, las Hermanas les confeccionaron sus vestidos y los implemetos para el Sacramento. Lo único que les faltó fueron los zapatos, pero eso no era lo primordial, sino recibir con alegría y devoción el Sacramento.

De los dos grupos de alumnas de manualidades y otras inquietas chicas Madre Concepción, les invitó e involucró en un programa de entrega de alimentos del Programa de Cáritas de El Salvador, dirigidos por el arzobispado. El grupo de colaboradoras, se encargaban de empacar y entregar esos alimentos a los padres de niños desde cero a 6 años de edad.

El día de empacar alimentos era toda una fiesta y trabajo en equipo. Hoy por hoy muchos adultos chiltiupanecos dentro y fuera del país recuerdan alguos que nutridos con la entrega de alimentos como la leche, aceite, trigo y otros productos que contenía la dotación mensual.

El legado de las primeras Misioneras Dominicas, no solo formaron en la fe sino también en la entrega empática que marcaron generaciones. Han pasado 49 años y las primeras semillas que sembraron tarde o temprano han dado frutos y recuerdan con agradecimiento toda la enseñanza de las primeras Dominicas que marcaron sus vidas.

C1

WP Twitter Auto Publish Powered By : XYZScripts.com